El punto de partida es precisamente: la partida. La partida
del hogar, de la familia, de la patria? Comienza el viaje del héroe y me
pregunto qué guerra irá a librar. Hay abandono, pérdida y vértigo en la huida,
hay presión, también incertidumbre, nadie viaja con las manos vacías, las
personas cargan sus historias, sus
pasados, ¿sus destinos? a cuestas.
El camino se vuelve
trayectoria, movimiento, destino a descubrir, ¿qué persigue este viajero que
parece encontrar en los mundos íntimos de los otros un lugar donde posar la
mirada? La realidad se vuelve otra, se conforma de pliegues infinitos en el ojo
del poeta, un cuerpo que viaja y observa y busca el punto justo para abrirse,
para que los sentidos construyan cada pieza poética, justa, precisa, donde
parece no sobrar nada.
Frente a las formas de la historia y la civilización, un
monumento puede ser mausoleo, cárcel, museo; frente al ojo del poeta el pasado cobra vida
nueva, y así los poemas arman sus juegos de contrastes: el pasado y el presente,
lo muerto y lo vivo, lo eterno y lo efímero… pero aquí estamos en el terreno de
lo poético, y en la poesía gana lo efímero.
Ganan las formas que se escapan a la lógica, a los cálculos,
a la arquitectura, a la civilización y al progreso, la mirada del turista no es
la mirada del poeta, ante el mundo de referencias que abren los poemas, la
mirada del poeta se vuelve blanda y piadosa en medio de una Europa en ruinas,
la belleza no está en los monumentos, y entonces nos preguntamos junto con él ¿qué
es una obra de arte? ¿ de qué manera la poesía ha logrado que un mundo en
ruinas se haga palabra y cobre sentido vivo y presente?
La mirada del poeta no es ingenua, nos da cuenta de una Europa
en ruinas y también de una Europa xenófoba, amenazante, que guarda en sus
cimientos la memoria de la muerte y la tortura, pero esa contemplación poética
se complejiza y descubre los pliegues de lo real: “la superioridad de lo imaginario por sobre lo real”, el Tíber como
una fiera que ruge, la libertad agazapada en las alas de un cuervo, una niña
que juega… Frente a la perfección de lo civilizado, irrumpe lo vivo, lo que
desordena, lo que desborda, lo que está ahí y en un instante se fuga, los
afectos que abrigan, en esta Europa donde los otros son una amenaza, los
afectos se vuelven refugio y motivo.
La voz de la madre se levanta imponente como la torre Eiffel,
en esta familia de destinos cruzados, el hijo poeta recrea la escena que se
vuelve cálida y misteriosa, pero ¿qué es una familia? ¿acaso sea el hogar, la
patria, el lugar a donde volver? ¿cuál familia? Es en los otros donde también
se busca y se construye la patria, porque la mirada poética parece redimirlo
todo.
El héroe regresa, ¿a su patria? ¿a su hogar? El héroe regresa
victorioso, le ha robado a Europa, le ha robado al tiempo, le ha robado al
lenguaje, un puñado de poemas grandiosos.
Trae consigo para regalarnos un libro que nos dice que
podemos inventar una patria viva y presente, que mira y cuestiona y también
construye belleza, una patria personal y colectiva. Porque la poesía también es
tierra fértil, esa patria donde regresar y permanecer.

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